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Comentaba ayer que estoy algo dispersa. La verdad es que estos días, me cuesta concentrarme, no sé si será el calor... Obviando que a mí, la felicidad, no me inspira para escribir, estos días me cuesta más de lo normal hacer cualquier cosa. Incluso prepararme un colacao me cuesta.
Cuando estoy jodida no tengo ningún problema en proclamarlo a los cuatro vientos y en escribir decenas de post detallando cada una de las causas de mi desgracia. Desde un mal corte de pelo, hasta un jefe cabrón pasando porque la camiseta que me compré no me queda tan guapa como en la tienda. Por norma general, gilipolleces, pero como son mis gilipolleces, me afectan enormemente.
Cuando estoy feliz de la vida, sin embargo, me cuesta decirlo. Para empezar me cuesta hasta asimilarlo. Si, soy feliz, por primera vez tengo un curro que me gusta y que está bien pagado, me siento absolutamente en paz conmigo misma, me siento bien con mis amigas, con mis padres, con Diego, me siento estupendamente y soy feliz. ¿Qué pasa?
Es como si tuviese miedo de que al decirlo en voz alta se rompiese la magia, como cuando no puedes contar en voz alta el deseo que acabas de pedirle a la estrella fugaz, porque si no, no se cumple.
He aprendido a no pensar en según qué cosas, a no sacarle punta a todo... He comprendido que hasta el momento más sublime tiene su lado negro si me empeño en buscarlo...